De Noruega con amor (y descontrol): Kakkmaddafakka conquista el C3 Stage

El pasado domingo, el C3 Stage fue escenario de un experimento sociológico de gran envergadura: encerrar a cientos de almas en una caldera sofocante y someterlas a un bombardeo rítmico de noruegos con hiperactividad crónica. El resultado fue un sold out eufórico, con una audiencia entregada desde el primer minuto.

La velada arrancó con un personaje cuya única misión era agitar al público antes de la llegada de la banda. Y vaya que lo logró. Cuando finalmente los Kakkmaddafakka aparecieron en el escenario, la multitud ya estaba en estado de combustión espontánea. Abrieron con una introducción digna de realeza: «In the Hall of the Mountain King» de Edvard Grieg, como si anunciaran la llegada de vikingos prestos al saqueo. Luego, sin perder tiempo, desataron una seguidilla de éxitos: «Touching», «Sorry (F-Boy Confession)» y «Sixth Gear», confirmando que en esto de armar fiestas, los noruegos llevan siglos de ventaja.

Kakkmaddafakka no es de esas bandas que se plantan en el escenario y esperan aplausos. Son puro movimiento, energía desbordada y bromas entre canciones. En este circo musical, el verdadero showman de la noche fue Axel Vindenes, quien, en plena efervescencia, decidió que la camiseta era un obstáculo innecesario y terminó el concierto con el torso al descubierto, como si necesitara una mayor conexión con la multitud. Mientras tanto, Stian Sævig, el bajista, se ganó el título de «mamba negra», manteniendo su papel de figura carismática.

El clímax sentimental de la noche llegó cuando, contra todo pronóstico, la banda decidió rendir tributo al público mexicano con una interpretación sentida de «Santa Lucía» de Miguel Ríos. Los asistentes, sorprendidos y conmovidos, respondieron con un coro multitudinario que convirtió el C3 en una cantina improvisada.

Y cuando parecía que todo había terminado, volvieron al escenario para un encore que incluyó «Naked Blue», «Bailando» (sí, la de Paradisio, porque no hay fiesta sin un toque de absurdo) y «Forever Alone», cerrando la noche con una explosión de júbilo colectivo.

Como si no hubieran dado suficiente, al salir del recinto, los noruegos aún tuvieron energía para atender a sus seguidores, tomándose fotos y firmando autógrafos. No fueron solo una banda en el escenario, sino los anfitriones de una fiesta en la que todos estaban invitados. Y en noches como esta, quedarse forever alone es imposible.

Reseña y foto: Dany Krasso

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