El jueves 6 de noviembre, el Estadio 3 de Marzo fue transformado en una arena de recuerdos y posibilidades. Tres nombres —The Kooks, Phoenix y Keane— tomaron el escenario como si trajeran consigo el mapa genético del indie en dos miltantos.
The Kooks abrió el ciclo con esa chispa británica que hizo levantar a los que aún recordaban.

Luego Phoenix desplegó un pop francés que no suena complaciente sino desafiante, mezclando ironía y fiesta en dosis perfectas.








Finalmente, Keane cerró con el peso de una generación que creció con piano y melancolía como amuleto.






La producción imitó a los grandes festivales: rueda de la fortuna, activaciones, luces panorámicas. Pero detrás del brillo, la crónica nos dice otra cosa: la capacidad del recinto quedó por debajo de la ambición. Una buena multitud, sí, pero lejos del lleno total —una señal de que incluso la nostalgia gigante necesita algo más que nombres.



Y ahí radica lo importante: no tanto el “quién”, sino el “cómo”. La noche no fue una mera pasarela de hits, sino una demostración de que ciertas canciones —y ciertos artistas— siguen vivas, pueden reinventar y conectar. No fue perfecto, pero fue necesario.
Reseña: Dany Krasso | Foto: Julio Razo